En el Apéndice he hablado detenidamente acerca de cómo Kant confundió y falseó el concepto de la esencia de la razón. Mas quien se tome la molestia de recorrer en este sentido la masa de escritos filosóficos que han aparecido desde Kant, reconocerá que, así como las faltas de los príncipes son expiadas por pueblos enteros, los errores de los grandes espíritus extienden su influjo pernicioso a generaciones completas e incluso a siglos, creciendo y propagándose hasta degenerar en monstruosidades: de lo que hay que inferir que, como dice Berkeley: Pocos hombres piensan, sin embargo todos tienen opiniones.
Arthur Schopenhauer. "El mundo como representación y voluntad"
Arthur Schopenhauer. "El mundo como representación y voluntad"
Me
gusta la felicidad de los perros. La felicidad de los perros, en verdad, es
indeterminada. Existe por sí misma para sí misma. No es ni esencial a su
naturaleza animal ni está determinada por contingencias mundanas (a diferencia
de la tristeza de los perros). Me gusta la felicidad de los perros porque,
pienso, no es una felicidad esencialmente animal: es una felicidad absurda.
Esto se encuentra en las antípodas de la felicidad humana, que siempre es
contingente a otra, que siempre está determinada por algo fuera de sí, que
(entendida a modo de deseo) es el motor esencial de toda la existencia humana (aún
en sus formas sublimadas y distorsionadas). La felicidad humana es, por lo
tanto, esencialmente mezquina, por no decir egoísta. Mi intención no es
desgajarme por la veta de la misantropía. A través de esta afirmación de la
condición humana más bien quisiera
puntualizar que hay que considerar todo gesto de cortesía y gentileza, sea cual
sea su magnitud, no tanto bajo el valor en sí que tiene sino más bien por la necesaria
efervescencia, hoy en día y siempre, de
gestos en la comunidad humana mediante los cuales nos sea posible o vivir mejor
unos con otros o, al menos, sobrevivir mejor unos con otros.
Esta
breve consideración sobre la naturaleza humana me sirve como punto de partida
para algo más puntual. Hoy en día, tomando el permiso de citar al excelso Dr.
Parrilla, la causa por la defensa animal (al menos en Bolivia) se ha convertido
en una gran apología del ego. Ahora pretendo
desarrollar esta idea, a medio camino entre la crónica y la polémica.
Tomando
como punto de referencia un ensayo que publiqué al respecto hace aproximadamente
un año, ahora retomo este asunto desde un punto de vista menos ingenuo y, como
suele suceder con la adquisición de nuevos conocimientos sobre la condición
humana, más desencantado. Mi breve participación como activista por la causa
animal en Bolivia tuvo como efecto la
adopción de mi actual hijo Apolo (no digo ‘dueño’ pues en rigor nadie es dueño
de un animal, sólo podemos pretender serlo y otros pueden pretender creerlo). Y
estas dos semanas, a causa de una seria intervención quirúrgica (raíz de la
mala praxis de los activistas que lo salvaron y gracias a quienes Apolo vive y
llegó a mi vida) no pude menos que tomar este tema de manera seria y
reflexionar al respecto, para finalmente desentenderme del todo en lo que respecta al
activismo por la defensa animal en Bolivia,
acá y ahora.
No
voy a mencionar detalles ni nombres. Todo aquel que se sienta aludido (para
bien o para mal) que sepa oír y entender. No voy a hablar sobre la mezquindad
que arruina todos los proyectos que podrían llegar a convertirse en empresas de
gran provecho para todos los animales domésticos y silvestres. Ni menos quisiera entrar en
debate respecto a la enorme mafia y evidente red de estafas que se encubren
bajo los pedidos de donaciones. No lo haré porque tan sólo tengo sospechas al
respecto. En mi caso, mi esposa y yo acudimos a la ayuda ajena y, con sorpresa,
las personas respondieron con una amabilidad inusitada y recaudamos lo
necesario para la operación de Apolo. De ahí que puedo dar fe que es posible
pedir y que la gente, con enorme generosidad, responda. Que no se crea que soy
un desagradecido. Pero no es este el lugar para hablar sobre esto.
Voy
a desarrollar una o dos ideas sobre la cuestión que creo que constituyen la
verdadera problemática ética en la actividad de los que hoy promueven la ayuda y defensa de los animales. Superficialmente, y como antecedente, es claro que ninguno de
los grupos que hoy en Bolivia
difunden el mensaje de amor a los animales tienen siquiera redactadas ciertas
afirmaciones básicas, ciertos axiomas bajo los cuales deberían realizar su
labor. Es decir, esto significa que el movimiento animalista en Bolivia hoy tiene una manera de actuar impulsiva. Y si me equivoco, pues que se
me disculpe pero aclaro que todo lo que digo lo infiero por mi experiencia y
por una lectura del clima humano en las redes sociales y de los
dice-que-dice-que-dice de agentes directamente involucrados. Dudo que siquiera
más de un diez por ciento de los que se autoproclaman activistas hayan leído (al menos) a Peter Singer (hecho elocuente por sí mismo) Pero este es un antecedente. He dicho que los movimientos
animalistas hoy en Bolivia actúan de
manera impulsiva. Todos, sin excepción, actúan, sin embargo, por algo en común: por las buenas intenciones, la compasión y el amor hacia los
animales; por ese sentimiento tan inútil para la convivencia humana llamado “pena”.
Y casi todas las campañas apelan a los sentimientos de nuevos activistas y de
gente dispuesta a contribuir por el recurso discursivo, en textos e imágenes, al patetismo. Los buenos sentimientos abundan. Pero se extraña la ausencia del uso de
la lógica, la reflexión alrededor de la bioética y un razonamiento que mínimamente alcance al nivel del sentido común.
He
acá el nudo problemático que hay que desatar, el núcleo tenso que hay que
aliviar y resolver: el discurso de los movimientos animalistas hoy en Bolivia tiene como piso no a otra
cosa que a un sentimentalismo primitivo que tiene como derivado el uso del recurso por la lástima. Sin
duda, cualquier especialista en marketing y publicidad daría el visto bueno a
esta estrategia. Además, por
contraparte, la ausencia de una reflexión seria sobre la bioética en activismo y en la política en defensa de los animales es algo por
demás elocuente. Esto, en la práctica, deriva en una acción destinada al
fracaso. Mi posición es clara: no bastan los buenos sentimientos; de hecho a mí
no me importa en lo más mínimo cuanto amor y caridad y misericordia se
pueda tener respecto a otro ser viviente. Ese es un asunto más bien teológico
que político. El verdadero juicio sobre un ser humano (ahora hablo en general,
no solamente sobre los animales) se mide en el valor de sus actos, en la
importancia de sus actos en su contexto y, por lo tanto, en la coherencia de su accionar. Tal
vez, no de modo inconsciente, acá me adhiero a algunas ideas del pensamiento
materialista. Muy específicamente puedo referir a quien le interese la interesante y accesible obra del marxista
lacaniano Slavoj Zizek “El sublime objeto de la Ideología”. Lo que constituye
al ser humano, la Gran Razón de cada uno de nosotros, no está en lo que
pensamos si no en nuestras acciones, que van desde los actos más mínimos que
realizamos en nuestra privacidad sólo para nosotros mismos hasta nuestras
acciones de carácter más público que puedan trascender a nuestros círculos
sociales más inmediatos.
Esto
puede parecer un punto de vista despiadado, frío y casi desalmado. Sin embargo,
es todo lo contrario. Se trata más bien de dejar de lado las habladurías (en
redes sociales, en redes íntimas, en redes públicas en general, etc.), dejar de
lado el deseo por figurar, por destacar por encima de nuestros contemporáneos y
similares. No pienso que sea posible dejar de lado al ego (el así llamado ‘ego’
en el habla común es un malentendido pues ‘ego’ no es más que la voz latina del
pronombre ‘yo’). No me queda duda de que todos nuestros actos, aún los más
desprendidos, están destinados a estimular nuestro propio yo, a sobrevivirnos
mejor con nosotros mismos, a no resultarnos
tan insoportables para nosotros mismos. Entendido esto, se trata, otra vez, de
repensar en las mejores vías para convivir unos con otros. En retomar esa
pregunta ya vieja (desarrollada desde los griegos antiguos y retomada por
ciertos filósofos de finales del siglo XX) que se interroga: ¿Cómo vivir mejor?
Para finalizar este opúsculo polemista y (cualquier lector atento ya lo habrá notado) furioso y bilioso,
quisiera denunciar la falta de un tronco fuerte de principios
bioéticos en el accionar del movimiento animalista hoy en día en Bolivia. Este activismo animal del que hablo (que es público,
escandalosamente difundido en las redes sociales y que acostumbra usar el
recurso por el pathos) se encuentra en un estado de anemia, rumbo a su
definitivo desahucio. El otro, el privado, el que se hace sin predicar ni
enjuiciar a nadie, el que no forma agrupaciones, ese es el único que me
interesa.
No han sido pocas las veces que he
escuchado (dada mi tendencia a la divagación y mi interés por el pensamiento
abstracto, correctamente interpretado como esnobismo) que es mejor no
complicarse la vida, no pensar demasiado. No es así y la vida, con dolores y
angustias, me lo ha comprobado. Hoy y acá pensar y mucho, en este mundo que
vivimos, no solamente es algo necesario si no que es un imperativo. No basta
con dar opiniones, tocar el balón, pasarlo y marcharse. La mediocridad nos
inunda y nos ahoga. Hay que pensar más. Hay que leer más. Hay que cultivar la
paciencia. Y sobre todo, y pongo énfasis en esto, hay que aprender a cultivar
el silencio. Vale.
No hay comentarios:
Publicar un comentario